Jurar un «para siempre» en el mundo de lo efímero.

Hoy, hace un año, a esta hora, me encontraba escribiendo también, lo único diferente es que en ese momento no sabía lo que me deparaba el destino, desconocía el duelo que le debía a quien solía ser hasta ese punto, ese día exacto en donde decidí salirme de casa de papá y mamá para poder comenzar a vivir mi vida, esa vida que yo no hubiera creído que tendría hace apenas 5 años. Hace un año pensaba que sabía muchas cosas, pero en realidad no tenía idea de mucho, como por ejemplo, caer en cuenta que estaba viviendo las últimas veces de una etapa por siempre clausurada; último desayuno familiar; última mañana despertando en mi habitación; última vez poniéndome la pijama para ir a dormir a la misma cama de años; última caminata con mamá siendo hija de casa; última canción reproducida debajo de aquel techo desde la conexión bluetooth; última Navidad despertando con mis hermanos en la misma casa de hace años; último viaje a la alacena para preparar la cena; último todo. ¿Realmente estamos conscientes de lo que es vivir? A mí me parece que muchas veces no medimos los centímetros de nuestros «pequeños pasos».

Cada vez que me hago pequeña porque no creo ser lo máximo, recuerdo el último año: Uno en donde aprendí sobre el amor como si nunca lo hubiera sentido antes; fue una novela que ni secuela pareciera de la primera que escribí los primeros 27 años de mi vida; fue todo aquello que necesitaba para precisamente hoy, un año después, mirarme en el espejo y saber con toda certeza que éste es mi sitio. Han pasado 12 meses, a veces se sienten como 12 segundos, a veces como 12 minutos, y a veces como 12 años, ¿No es increíble todo lo que va y viene en un año?, ¿No es sorprendente la manera en la que tan poco tiempo marca una distancia abismal entre quienes somos y quienes éramos?, ¿No es maravillosa la forma en la que cuando le pides claridad a la vida, de pronto te coloca en donde menos pensabas? Definitivamente aquellos no fueron pequeños pasos, y definitivamente yo no estaba preparada para absolutamente nada, y creo que ese era el chiste después de todo.

Pensaba que llevaba un buen mapa lleno de direcciones con las respuestas para saber qué hacer, cuándo, y cómo, lo que yo no sabía es que después de aquella decisión crucial, pasaría los siguientes meses caminando en la oscuridad en un laberinto, y trataría de descifrar la salida. De nada había servido el mapa, pero había servido de todo la memoria y la resiliencia. Tal vez no sabía cómo reaccionar siempre, y mucho menos en casos de plomería, pero lo que sí sabía es que, debía dejar a mis pies andar, explorar lo desconocido; un secreto que se reveló ante mí, es que muchas veces pasamos tanto deseando algo, que cuando por fin lo tenemos, no sabemos qué hacer, y muchas veces aprenderemos de cuidados, descuidando.

Crecer es mucho más que cumplir con el ciclo de la vida del que te hablan en la escuela, entre paso y paso existen tantos pasos: Entre nacer y crecer existen las despedidas, cerrar ciclos que jamás pensamos extrañar, dejar ir lo que queríamos que fuera, recibir lo bueno que podemos tener, fastidiarnos de todo, no entender nada, sentir que somos insuficientes, y aún así puede que el paso ese de «reproducirse» nunca llegue. Para mí crecer es entender que nunca dejamos de hacerlo y que probablemente haya golpes que aún no recibo que van a hundirme hasta lo más profundo de mi oscuridad, y ahí, volveré a pasearme por un laberinto a oscuras recordando que… De nada sirve un puto mapa en un mundo en donde nada es una promesa que no pueda romperse.

El dolor, los días, y la vida se acaban. Qué trágico final para tantas vidas llenas de promesas. Aún así he tomado la decisión de no dejar pendiente el amor que tengo por dar, y ante la pregunta: «¿Te quieres casar conmigo?», no tengo otra respuesta más que sí, uno rotundo, uno sin trivias, sin excusas. Hoy hace un año me despedí de quien había sido, y empecé a escribir las primeras veces de muchas cosas: El primer desayuno; el primer amanecer; la primera discusión; la primera noche de insomnio; la primera conversación cruda y honesta; la primera mentira; el primer viaje; el primer amanecer; la primera Navidad; el primer año nuevo; el primer miedo superado. Han pasado 12 meses y de pronto se han sentido como 12 siglos porque no puedo creer las buenas decisiones que he tomado, me siento tan sabia, pero en días como hoy, lo siento como 12 segundos de lo bien que la estoy pasando.

No sé en donde va a parar la espiral, no sé cuando una se acostumbra a pensar demasiado las cosas, supera el trauma a la muerte, a la ausencia, al abandono, y va conforme vaya el tic tac del reloj. No puedo evitarlo, no puedo evitar amar demasiado, sentir que me aterra perderlo todo, pero aquí estoy, rompiendo mis propias reglas, dedicando «te amos», soltando carcajadas, compartiendo la mesa, llorando porque no cabe en mí la felicidad, dejando al perro subirse a la cama, cocinando un panqué porque le gusta lo dulce, resolviendo mis conflictos internos, mejorando cada día, prometiendo un «para siempre» en el mundo de lo efímero.

¿Para qué tener un mapa de un mundo en donde nadie sabe quién es porque nunca deja de construirse?, ¿Para qué querer saber el destino si son las paradas las que siempre cambian? Tal vez eso no deje de hacerme sentir diminuta, tal vez siempre me abrume no saber qué es lo que viene, de donde vendrá el golpe, hacia donde irá la caída, pero sé perfectamente bien en donde quiero estar, quiero tener la experiencia de lo mundano. Atesorar atardeceres como diamantes, voltear al cielo en caso de oscuridad, coleccionar constelaciones, poner un altar cada noviembre, que su apellido vaya a lado de mi nombre, andar deprisa de lunes a jueves, escuchar música los viernes, desacelerar cada fin de semana y dejar que la queja llegue de vez en cuando los domingos por la tarde, ir a bodas, reír cuando algo salga mal, llorar cuando todo esté bien, ¿Qué más queda?

Hoy, hace un año, a esta hora, me encontraba escribiendo sin saber que, el tiempo no se equivoca, que aunque es complicada, la vida no miente. No sabía que cambiar sería difícil, que explorar lo desconocido es a veces volverse una desconocida, porque no hay nuevos comienzos para quien divaga entre los mismos viejos caminos; no sabía que sería otra, y que llegaría a aceptar que no saber nada sobre el mañana me genera ansiedad, pero, sí sé que al cerrar la computadora habrá seguridad en algo: Iré a dormir sabiendo que no me quede con las ganas de nada.

El soundtrack para escribir esto fue:

Mujereologia

El blog que vino a revolucionar la vida de las mujeres, el guilty pleasure de los hombres.

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