Suplicio indeleble

Texto de Arte Jiménez

Lo más aterrador del amor es, quizá, averiguar quién decide quedarse después de haber recorrido tu infierno y enfrentar a tus demonios, no todos lo hacen, no todos pueden, no todos te quieren con las suficientes fuerzas como para tumbar las paredes que te mantienen a salvo, en lo más recóndito del universo, en tu soledad.

Yo no elegí estar sola, yo había elegido a alguien, yo amaba a alguien, un instante me pareció el error más grande del mundo, pero eternos segundos después asimile que había sido una lección que jamás olvidaría, que probablemente iba a dejar una cicatriz, y así fue, no en mi piel, sino en mi alma. Pero si tuviese que hablar del demonio más grande, tendría que hablar de ese que se esconde debajo de piel humana, de palabras que parecen sinceras y que disfrazan la realidad de amor, pero no lo es. No fue la manera en que me mintió, en que me engañó, y el modo en que me uso, más bien fue el modo en que no lo detuve, en que abrí la puerta de mi vida a alguien tan vacío y tan maligno como él.

Tal vez fue mi corazón tan ilusionado por tener una historia decente de amor por contar, mi cuerpo que era el país de las maravillas y que él, como buen Napoleón conquistó, y que en una guerra bañó sus manos con mi infinita inocencia; que recorrió cada rincón, y aunque hubiesen otras tierras, yo siempre iba a ser su conquista favorita, la primera, el experimento con el que probó sus tácticas de batalla, con quien corroboró que basta persuadir para entrar a lo más profundo de tu cabeza y hacerte creer, por un instante, que eres especial, pero lo que va a suceder es que cuando dejes de serle útil, te va a desechar.

Así fue, las noches parecían una eternidad, su frialdad me envolvía por completo, incapaz de moverme y seguir adelante, y cuando parecía estarme liberando de su fantasma, aparecía en el borde de mi olvido con sus palabras latigantes, convirtiéndose en una especie de daño psicológico verbal.

Si él lanzaba un misil lleno de odio, yo no respondía, mis armas estaban en el piso, bombardeó cada uno de mis muros , los vi caer en medio de mis cuestionamientos, en medio de la incertidumbre, de pronto yo me vi caer, de rodillas, suplicando que doliera un poco menos, que una simple venda sanara una falla gigantesca y que de cierto modo el país de las Maravillas volviese a tener el mismo brillo, la misma energía, que esa guerra inútil terminara y yo fuese libre. Esclava era, suya, de mi misma, de no poder perdonarme haberme equivocado como cualquier ser humano.

La historia que tanto había querido se había convertido en un suplicio indeleble, casi insoportable, en donde podría decirse que perdí el juicio. Ojalá existiese un método eficaz para un pronto olvido, casi como resetear el hipotálamo, pero nada de nada podría borrar lo ocurrido, nadie puede cesar la lluvia, ni nadie puede calmar la marea, nadie controla una tempestad como lo es la del corazón, nadie convence a la soledad para que deje de asfixiarte. Tal vez hubiera podido frenar y pensar «esto no es lo que merezco» y lo hice, pero no importa que tanto lo digas, o te lo digan los demás, no tiene caso mientras no te lo creas tú mismo.

De todos sus vicios, de los que lo hacían alucinar y viajar a mundos paralelos, consumirme era su favorito, mi infelicidad también.

Tenía que parar, tenía que liberarme de sus cadenas que me mantenían aterrada de lo que pudiese hacer con mi vulnerabilidad y su mente retorcida, tenía que salir de ahí porque debía, me lo debía a mi misma. Ya no importaba si había dormido con alguien más en la arena, ya no importaba si acomodaba bien las palabras para buscar, una vez más, destruirme, ya no importaba nada. En lo poco que me quedaba tenía que encontrar la fuerza…

– ¿Quién querría enfrentar a mis demonios? – le pregunté al psicólogo.
– Tú, y nadie más que tú, nadie podría hacerlo, sólo tú – respondió riendo, como si esa respuesta la hubiese tenido enfrente de mi todo el tiempo, y sin haberme dado cuenta, era cierto.

Salí de ahí, temerosa, y acepté que era yo quien debía hacerlo, sólo yo podía sepultar lo que me atemorizaba. – Debes despojarlo de aquí – me dije, y sin pensarlo, solté el primer golpe: mi perdón, no había manera de vivir amargada por el dolor.

Tomé aire, sabía que estaba cerca de la meta cuando no me interesaba mirar atrás, sino que empezaba a mirar al horizonte, y ahí estaba: el gran e irreversible olvido, había llegado el día en que las cadenas no podían apretarme más, que mi fuerza desmanteló el calabozo que me mantenía presa de una relación dañina, era libre.

Había dejado fuera de mi corazón todas las palabras tóxicas que me habían destruido, que habían tumbado mi propio reino…

Entonces mire a mi alrededor, recogí todos los ladrillos y piedras que me había lanzado, con eso construí un imperio, decidí ser la reina de mis instintos, gobernar sobre mi vida, y ya de pie no podría nunca más alcanzarme, ni hacerme colapsar.

– Es tu última sesión, ¿Te sientes lista? – el psicólogo me miraba atento.
– Ya, pero… ¿Y si sufro una recaída? – respondí.
– Lo peor ya pasó, lo único que puede pasar es que evoluciones y mejores; desde que Japón se levantó nadie más ha vuelto a tirar una bomba, desde que hay cosas que la ciencia no puede explicar, nadie ha podido cuestionar la perfección del universo. Por eso, quien decida quedarse y amarte tiene que llegar después de esta tempestad, para reconocer su pureza, su magia, para que no dudes de ella, de él, para que sepas que hacer, y una vez que lo encuentres…

No lo dejes ir. Toma esto para crear algo hermoso, que sea tu inspiración, tu motivación, y nunca dejes de abrir tu corazón por miedo a fallar. Y si vuelves a caer, esta vez no estarás sola, porque finalmente te tendrás a ti misma- concluyó.

Mujereologia

El blog que vino a revolucionar la vida de las mujeres, el guilty pleasure de los hombres.

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