Querido diario: He decidido romper la cadena.

La ausencia de alguien que vive es una de las penas más grandes. Crecer teniendo la ausencia de alguien que se supone que debía estar contigo de sol a sol, es una factura que la vida te pasa después; cuando el tiempo perdido, las experiencias no compartidas, y la vida arrebatada, se vuelven los actores principales de tu insomnio. Pensar en mi padre biológico es pensar en aquello que no fue, era hasta hace poco, un pensamiento que me perseguía con cierta nostalgia, y también cierto enojo. Se habla de vidas pasadas, de almas que se encuentran una y otra vez, pero lo cierto es que esta vida que se me dio en este cuerpo, con su apellido, la había vivido sin saber lo que era tener la total presencia de mi padre.

En el pasado había escuchado hablar de las personas que crecen y llevan consigo el peso de un divorcio, yo siempre creí que exageraban al decir que había sido algo realmente duro; no es que minimizara sus experiencias o su sentir, es que no había contemplado el amor, la vida, una hija y un padre de la misma forma en que ahora lo hago. Ahora sé que no exageraban, para descifrarlo me tomó 25 años. Hay algo en la vida adulta que te hace apreciar la vida de manera distinta, me llena de alegría decir que es un poco de sabiduría la que con el paso de los años se asoma entre las palabras que suelta la boca; fue la vida adulta la que me hizo darme cuenta que cuando decía que no me había afectado haber vivido sin mi padre, en realidad mentía. Darme cuenta que había heridas anestesiadas, más no sanadas, ha sido revelarme a mí misma verdades que desconocía. Asumí el rol de alguien que podía con todo porque muy en el fondo, siempre he temido ser abandonada, incluso tenía pesadillas con eso: Solía soñar que mi mamá me olvidaba en la escuela, en el supermercado, en un parque, y lloraba, y lloraba. No me había percatado que una forma de evitarlo fue convertirme en una máquina de complacencias para no darle excusas a nadie de darme la espalda. Tuve las buenas calificaciones, tuve una conducta aceptable, tuve la mínima cantidad de travesuras. Pero para mí, eso no era suficiente.

¿Quién podría romperme más el corazón si ya lo había tenido así desde pequeña? Únicamente aquello que me lo había roto esa primera vez, y así fue. Conforme crecí experimenté cancelaciones de mi padre a último momento, diferencias por su religión, sentir que tenía poco tiempo con él, la pensión alimentaria, los acuerdos de adultos que al final joden a las hijas, en este caso, a mí. Pienso en las malas decisiones de mis padres, en cómo algo que sucedió hace tanto, apenas encuentra en donde impactarse para desacomodar lo que ya estaba en perfecto orden; yo estaba bien, hasta que justamente, al pensar en el pasado, me encontré con la rabia, la tristeza, el enojo, el aceptar que me había dolido; me encontré con todo esto hace poco, mientras en un día como cualquier otro empecé a ver vídeos de mujeres con padres que habían estado en sus grandes momentos, con quienes tenían centenares de fotos, anécdotas, y recuerdos de vacaciones en la playa. “¿Por qué no pudo tocarme algo así?”, me pregunté, “Un padre que atesorara cada estupidez mía, que se volviera loco tomándome vídeo, que me preparara el lunch de manera meticulosa, que me llevara flores”. Mi padre no estuvo muchas veces. Todas esas veces que no estuvo me comenzaron a perseguir, y se convirtieron en una bola de nieve que me arrastró hasta lo más lejano, hasta ese punto en donde guardé silencio, en donde preferí no saber nada, porque enfrentar todo esto requeriría romper la cadena, y yo lo sabía muy bien.

Mi padre sufrió abandono cuando era niño, tuvo la carencia del amor maternal en sus primeros años de vida. Siendo un hombre ya adulto, él optó por hacerse cargo de su madre, llevarla a todas partes, acompañarla, y para mí era algo disparatado, no concebía que la persona que le había causado dolor, fuera la misma que dormía bajo su mismo techo tranquilamente porque sabía que ahí estaba mi papá, incondicionalmente. Es irónico que quien sufre abandono, sea quien después, sin darse cuenta, lo replica en su propia vida, pero también es irónico que quien al final perdonó, sea quien no recibe perdón. Y eso a mí no me gusta de esta ironía. Mi papá no me dejó definitivamente, siguió estando presente, a veces inconstante, a veces demasiado constante, una intermitencia permanente. Mi padre vivió la carencia del amor en carne propia, y creo que al final eso fue lo que con toda adversidad decidiera no soltarme en su totalidad, acto que dolía a veces más que el hecho de no saber nada de él, porque, en muchas ocasiones fue doloroso verlo tomar decisiones sin pensar en mí, y si lo hacía, quizá fue sin pensar realmente lo que yo sentía, pero tampoco se molestó en preguntar. Ya es suficiente de buscar quien tiene la culpa de que, y quien es inocente, porque nadie lo es. Mis papás bailaron el tango, yo salí dando vueltas, pero finalmente aterricé.

No tuve mucho de lo que me hubiera gustado tener con mi papá mientras crecía, es cierto, pero también es verdad que si lo recuerdo bien, tengo una pila de recuerdos que me hacen soltar una sonrisa mientras escribo esto. Mi primer concierto, las visitas al parque, los videos musicales en un VHS, los veranos en la ciudad, los juegos mecánicos de Divertido, la fotografía del Superman, cuando jugaba con él a ser la enfermera, la vez que estando de vacaciones me caí, los libros que me compraba, la ceremonia cuando publicaron mi cuento en un compendio del gobierno, todos los regalos que hice en la escuela y le di, los cuales guardaba religiosamente, tantas cosas. Y es chistoso porque, en medio de mi enojo, de este darme cuenta del peso que llevaba conmigo, durante más de 10 años guardé una playera que me prestó un día que había olvidado llevar pijama a su casa un día que iba de visita; está rota, desgastada, vieja, pero es un souvenir de aquellos días que había olvidado por no poder romper la cadena. Esta cadena que me mantenía presa de un dolor que ya es insostenible, inútil, obsoleto; era prisionera en el calabozo del resentimiento, y me había perdido de ver el horizonte, uno más brillante para todo mundo. 

¿Qué caso tiene aferrarse a aquello que ya no existe? Ya no están aquellos días en los que la ausencia me consumía, ahora existe un presente en donde el perdón y el amor están para ser dados. Efectivamente, a veces hay que dejar que el dolor nos albergue, que provoque calor, un incendio, que las cenizas se rieguen por todas partes, eventualmente son las ruinas más fuertes las que sobreviven, y si aún hay algo que pueda ser rescatado, hay que intentarlo. El camino ha sido largo, agotador a veces, sobre todo, solitario, pero es el final lo que me resulta emocionante… Romper las cadenas significa que después de mí, no hay generación que deba cargar con lo que por generaciones llevábamos: El abandono, la duda, el aislamiento, el silencio como método de defensa, no hay más fantasmas que ahuyenten días prósperos. 

Mujereologia

El blog que vino a revolucionar la vida de las mujeres, el guilty pleasure de los hombres.

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