El amanecer es un fenómeno increíble, la luz vuelve a dibujar absolutamente cada uno de los objetos, y es más difícil esconderse entre las sombras; es un renacer, una oportunidad de mirarse al espejo, verse con un enfoque distinto; cada vez que el sol sale entre las montañas, es un recordatorio de que todo sigue, todo avanza, incluso nosotras, por muy atoradas que nos sintamos. Un amanecer equivale a una oportunidad nueva, no obstante, se ha vuelto parte de la lista de cosas que pasan desapercibidas por la mayoría de la población terrestre, entre las cosas que podemos encontrar en dicha lista está: La comida, un colchón, ropa, una sola amistad que esté del otro lado de una pantalla, entre otras. Por muy brillante que sea el azul del cielo cada que amanece, son los grises del concreto, la altitud de los rascacielos, las obligaciones dentro de un sistema, aquello que nos consume, pero considero que en mi caso y de algunas otras personas hay algo en particular que nos ha hecho olvidarnos de observar la forma de las nubes… La inevitable comparación que surge al ver que tal vez estemos lejos de ser todo aquello que el resto de la sociedad engrandece y aplaude.
Hace poco leí a una escritora que dijo que es una promesa rota, es decir, pasó de ser alguien con una carrera prometedora a ser, según los estándares que están vigentes actualmente, un fracaso. Decía que a su edad muchos ya han logrado publicar un libro, han llenado teatros, han recibido premios, han logrado conquistar la academia literaria, pero que ella, por otro lado, era una mujer con problemas de salud mental, inestabilidad económica y un alarga lista de poemas escritos que no son los suficientemente buenos como para que hagan estallar el internet. Me identifiqué de inmediato.
Cuando publiqué mi primer post en Mujereología tenía 20, y en aquel entonces comenzaba a sonar el feminismo «girlboss», del cual yo fui vocera. Solía creer en todo el discurso del «empoderamiento femenino», en que las mujeres teníamos que prepararnos para poder llegar a buenos puestos en buenas empresas, que además el éxito implicaba no tener tiempo, estar ocupada, tener una agenda repleta de citas y pendientes; caí en la trampa de un feminismo blanco que no tenía una perspectiva interseccional, sino que, nos hacía creer, de entrada, que en el sistema hay espacio para todas y cada una de nosotras. Lo cierto es que en este mundo es raro quien tiene capital para emprender o tiene todas las posibilidades a su favor; hay casos en donde esa trama se da, claro que los hay, pero eso no borra que existen limitantes sociales y económicas que impiden que todas avancemos a la misma velocidad, en la misma dirección.
¿Y qué pasó con el paso del tiempo? Me fui dando cuenta que nos alimentaron de ideales que no son ideales, sino contenido aspiracional el cual basa el valor humano en lo material. Tenemos a cientos de gurús que hacen vídeos diariamente sobre cómo se volvieron personas «millonarias» y de cómo su webinar es lo mejor en lo que puedes invertir para que le des un giro a tu vida de 180 grados; tenemos a coaches motivacionales que dicen que te despiertes a las 5:00 a.m a hacer una rutina perfectamente medida, o sino eres una persona destinada al fracaso; hay también quienes dicen que la pobreza es un estado mental y que si no tienes dinero, es porque no quieres. No quiero decir que no crea que el dinero no compra la felicidad, porque todo mundo tenemos que comer, pero creo que todo pierde propósito cuando lo único en lo que piensas es que trabajar hasta el límite y tener una cuenta bancaria con más de 6 cifras, es la razón por la cual llegaste a este mundo.
Queremos ser como otras personas, pero no como nosotras mismas porqué eso sería, bajo la óptica del mundo exterior, un fracaso asegurado.
¿Por qué creemos que las únicas personas exitosas son las que manejan automóviles último modelo o dan autógrafos?, ¿Por qué nos es horrible la vida provinciana o un día en donde no hay pendientes que tachar de una lista?, ¿En dónde quedan quienes son base de un sistema que se alimenta del sacrificio que constantemente hacen en sus vidas?, ¿No podemos llamar exitosa a la clase trabajadora simplemente porque no pagan por un curso de 5,000 mil pesos para que alguien les diga que no hacen suficiente?, ¿Y si me siento cómoda con una vida tranquila en donde deje de creer que necesito ser multimillonaria para poder vivir en plenitud?, ¿Si probara con dejar de basar mi valor en lo que la gente dice o no dice de mí?, ¿Y si mi definición de éxito es poder hacer lo que puedo con lo que tengo incluso siendo poco?
A lo mejor algunas de ustedes me leen y desean una vida corporativa en oficinas elegantes, no lo juzgo, pero, a quienes no deseamos eso precisamente, sino poder tomar la vida día con día, y no nos vemos corriendo de pasillo en pasillo, o le hemos dejado de dar tanto peso a esa aspiración de ser mujeres empresarias en el top 50 de la revista Forbes, ¿Por qué habríamos de sentirnos mal por querer lo cotidiano, o como dirían algunas personas, lo aburrido?
En conversaciones recientes conmigo misma me he dado algunas respuestas. No necesito una casa enorme, un automóvil último modelo, un iPhone 14 Pro Max, ni ropa de marcas lujosas; realmente no me apetece que mi alma siga batallando con los parámetros que el mundo tiene para considerarme importante, me siento bien teniendo el trabajo que tengo ahora, con la gente que me rodea, con las posibilidades que estoy encontrando. Quiero dejar de reprenderme por no ser todo lo que yo esperaba, ni cumplir con mis antiguas expectativas; quiero apreciar la vida que tengo hoy, una en donde sí quiero echar raíces, tengo un trabajo común, prefiero vivir lejos de la ciudad, y no necesariamente aspiro a ser una figura admirable. Sonreír con lo común, eso quiero.
No quiero ser una girlboss, solo quiero verme con respeto y admiración porqué sé las luchas que he tenido constantemente y nadie más conoce. Quiero ser una mujer común, de esas que ama la vida no por ser bonita y fácil, sino porque es la única experiencia que abrazo y de vuelta me regala un poco más de sabiduría, astucia, valentía, resiliencia. No espero una vida de lujos excesivos, pero sí de esos que te roban el aliento, ya saben, como el amor, ver actos de amabilidad entre la gente, darte cuenta que estás progresando, caminatas entre naturaleza, una conversación con mis personas favoritas, una llamada inesperada de quien amo, una hoja y una pluma para desahogarme, música nueva (muy necesaria). No voy a ser quien escriba sobre sus 10 claves del éxito rotundo antes de los 30, pero sí quien hable de la belleza que esconde lo cotidiano.