Llevas contigo un equipaje con sobrepeso, sabes que hay cosas o personas que debes soltar porque su presencia en vez de sentirse como serotonina comenzaron a sentirse como bruma que rodea el corazón… No tienes claridad sobre el camino y es precisamente el propósito, que no sepas que además de ese camino, existen otros más que llevan a otros destinos distintos al que tú tenías en mente para ti.
Te orillas, el paisaje es gris y te pone nostálgica comenzar a explorar lo que llevas en la maleta; llevas contigo el perdón que no diste; la despedida que no se dio nunca; el amor que se perdió y no has querido despedir; los planes que nunca se concretaron; la infancia que sientes que te fue arrebatada; las disculpas que nunca recibiste; momentos desaprovechados por andar deprisa; es demasiado para alguien tan joven pero el dolor se volvió parte de ti y de pronto te encontraste con que para dar los siguientes pasos tenías que deshacerte de todo aquello, sino, tus rodillas se quebrarían y jamás podrías explorar el resto de tu propia historia ni decidir hacia donde ir.
Duele mucho dejar ir porque todo lo que amamos lo hacemos nuestro; llegamos a este mundo a sentir y nos dejamos consumir por nuestra diminuta pero fuerte existencia; es inevitable no amar profundamente como lo es evitar bailar al ritmo de nuestra canción favorita. Soltar todo lo que conocías para después adentrarte a lo desconocido es probablemente una de las cosas más desafiantes e intimidades que hay. No sabes en dónde estás, solo sabes que nada es como lo que viste antes. Lo bueno de estar en lugares completamente nuevos – y por lugares me refiero a los mentales también -, es que te toca crear nuevas facetas de ti para sobrevivir y puede llevarte a descubrir cosas que jamás imaginaste.
No es fácil asumir que lo que más queremos en el mundo no es lo que necesitamos porque a veces el amor nos hace aferrarnos a algo como si fuéramos una tachuela en la pared sosteniendo un viejo cuadro de cómo se veía el campo antes de que se convirtiera en ciudad, cuando en realidad toda obra maestra es reemplazable; a veces crees que jamás podrías ser más feliz y años después sentada en la playa al atardecer te hace darte cuenta que estabas equivocada, que sí podías ser todavía más feliz y mejor aún, que todo aquello que habías dejado atrás, ese peso innecesario, no te hizo falta.
Es como cuando conservamos ropa o cosas viejas «en caso de que…», pero esa ocasión nunca llega, causando que nuestra capacidad de almacenamiento para cosas nuevas disminuya considerablemente. Llega el invierno y haces la limpieza anual para poder recibir el año nuevo: Te das cuenta que efectivamente es inútil aferrarte a lo que ya no te queda ni te gusta como te hace sentir. Supongo que la ventaja aquí es que no tenemos que esperar a que sea cierre de año para poder limpiar nuestros espacios, sobre todo los más importantes: La mente y el corazón.
El problema con no querer lo que necesitamos es que necesitamos todo aquello que no queremos; de niñas necesitábamos verduras para fortalecernos aunque no nos gustara; asumir la verdad de que, nada es para siempre, tal vez sea la verdura más insípida que podamos probar, a veces más que insípida, nos provoca náuseas o retortijones, como cuando te llaman para darte una mala noticia y nada te sabe, pero todo te duele. Muchas veces necesitamos de lo doloroso para descubrir lo que nos hace redescubrir la dicha como si se tratara de un tesoro. ¿Sabes cuando sabe mejor tu postre favorito? Cuando estuviste meses sin poder comerlo y por fin lo vuelves a probar, algo así pasa cuando sanas.
Nadie sabemos con certeza hacia donde vamos o qué sucederá mañana, lo que sí sé es que precisamente por la fugacidad de la vida hay que apresurarse a estar en lugares que nos hagan felices, que dejen buen sabor de boca, que nos hagan dormir en paz, que nos hagan reírnos y a veces llorar pero no por ser algo insano sino humano; no hay que tardarnos tanto en decidir lo que es más difícil solo porque no será sencillo, sino porque está fuera de nuestro alcance, dentro de nuestro conocimiento, ¿sabes por qué? Porque no avanzamos sin el miedo que nos provoca movernos de la comodidad.
El problema con lo querer lo que necesitamos es que la vida tarde o temprano suelta el golpe que te hace girar hasta terminar en el carril apuesto a toda velocidad, te hace ir a contracorriente para que te des cuenta de que siempre has podido, que los golpes no están para abatirte, sino redireccionarte. Perderás el equipaje sobrante, puede que debas caminar a solas un largo tiempo, incluso es probable que tengas las manos vacías, pero la buena noticia es que, así como el amor no es para siempre, el dolor tampoco y lo que es la desdicha del hoy, es la risa del mañana.
Me encantó tanto que lo comparti.
Gracias por se parte se mi café de la 5.a.m.