¿Quién diría que tendría una crisis de edad en un momento de mi vida en donde más energía he tenido y mejor me ha ido? Los choques internos por la edad no son como los esperaba. A las mujeres en especial, nos han hecho sentir mal por todo tipo de situaciones, entre ellas, las canas, las arrugas, el dejar de ser deseables a determinada edad, la falta de colágeno, los cuerpos ensanchados; empezamos a sentir que la edad trae consigo una serie de condenas, y claro, una lista de nuevos productos antiedad porque hay que prevenir para no lamentar. Aunque el cuidado de mi piel, por ejemplo, siempre fue impulsado más porque el sol la lastima más de lo común, debo admitir que también la pata de gallo que empieza a formarse en el borde de mis ojos.
Aquel día me senté con mi hermana a ver una película en donde salía Shailene Woodley, una actriz un poco mayor que yo; había vivido con una imagen muy predominante de ella en mi cabeza, la de la saga Divergente, pero de pronto, la mujer que vi en la pantalla me dejó atónita… Su papel era de psicóloga y se veía muchísimo mayor. «¡¿Qué hace Shailene Woodley siendo la psicóloga de una adolescente?!», pensé, pero la del problema era yo: Claramente ella ya es una mujer adulta joven que pasó de estar en el bando de adolescente a tener un título enmarcado en su consultorio. Hice corto circuito.
Muchas veces vi a las mujeres mayores que yo sufrir un cierto choque por la edad; el no ser la persona más joven en una habitación, en la fiesta, en el trabajo, de repente empieza a producirnos incomodidad, como si no pudiéramos ser felices con crecer a través de los años y madurar; lo más preciado pareciera ser la eterna juventud. Decir que tienes más de 25 años comienza a causarte ansiedad porque sabes las preguntas que vienen después: «¿Y no tienes novio?, ¿Y no van a casarse?, ¿Y no tienes una casa propia?», entre otras. Después de mi breve crisis con duración de una noche, decidí darle más peso al análisis de las razones que me hacían sentir así, por un lado tenemos todos los factores externos que ya mencioné, los cuales impactan directamente a la percepción que tenemos de nosotras mismas, después, viene la autoevaluación y esa es la más importante.
Hace poco estaba con un grupo de amistades, hablábamos sobre la comunidad LGBT+, sobre feminismo, derechos sexuales, el que nos llamen de la generación de cristal, cuando somos, en todo caso, una generación parteaguas. Uno de mis amigos dijo que su papá le había dicho que era complicado tener que entender ciertos temas de la juventud actual, que él era un perro viejo y los perros viejos no aprenden trucos nuevos. Aquí fue un nuevo choque para mi crisis de edad… «¡¿Me estás diciendo que con la edad tenemos la incapacidad de aprender, cambiar, evolucionar, mejorar?!», me repetí a mí misma. El argumento de que cuantos más años tengas, menos puedes cambiar o aprender sobre el contexto actual, siempre me ha parecido algo que dice la gente apática. La edad no nos hace menos incapaces de entender, es simple y sencillamente la excusa perfecta para no tener que cuestionar lo que nos han impuesto mediante el ejercicio de introspección y, más que deconstrucción, de reconstrucción.
Tomar todas nuestras creencias y desmantelarlas es algo que requiere renunciar a una serie de costumbres que pusimos como referente de lo correcto e incorrecto para poder reformarnos desde la raíz; todo esto toma tiempo, estudiar, leer, investigar, involucrarse, desear un cambio real, obtener un cambio requiere de un compromiso, no solo con el entorno, sino con nosotras mismas. ¿Qué mejor forma de expresarnos respeto a nosotras mismas, que el trabajo constante en nuestra persona? Más cuando sabemos que coexistimos con otras personas, otros pensamientos y que, ninguno de estos se queda estático. La sociedad avanza, la vida cambia, el mundo y su ritmo también, es un ciclo natural.
No creo que los efectos físicos de envejecer sean lo peor que puede pasar, sino la renuencia a entender lo que nuevas generaciones cuestionan, las propuestas que surgen de los debates y problemáticas sociales. Renovarse es vivir. Las personas que son sabias no necesariamente lo son con la edad, sino con esa capacidad de empatizar, respetar, educarse y reeducarse. El hecho de que no entendamos o vivamos ciertas cosas, no nos da ningún derecho a opinar o criticar a las personas que sí, mucho menos de juzgar o sentir que tenemos cierta superioridad moral porque somos mayores, podemos ser mayores, pero personas estúpidas. Yo deseo ser una mujer mayor que no crea que sus convicciones personales están por encima de la realidad que otras personas viven, mucho menos si son más jóvenes.
Hace poco una persona cercana a mí empezó a asimilar aspectos de su sexualidad, entre ellas, sus preferencias. Su familia expresó apoyo, amor, acompañamiento, cuando nos contó esto, me alegré de que a pesar de que existe una gran brecha en edad, sus padres no hicieron nada más que tratar de entender, preguntar, dialogar, lejos de poner sus creencias personales encima por delante de la vida de esa persona que aman y criaron. Ojalá todas las familias fueran igual, ¿cierto? En donde lejos de juzgar o reaccionar de manera violenta y grosera, crean un puente de comunicación para poder salir de su sistema de creencias y crear uno nuevo. He tenido gente conocida que declara públicamente que tiene ciertas preferencias y sus familias sacan comentarios homofóbicos, transfóbicos, misóginos, sufriendo de por vida el terror de ser perseguido por su propia familia.
Mucha gente quizá se sorprenda, pero lo más natural en el ser humano ha sido la bisexualidad, son hechos, no construcciones sociales. La persecución a personas homosexuales empezó muchísimo tiempo después. En las culturas antiguas los hombres se pintaban, se tatuaban, usaban vestidos, faldas, sostenían relaciones sexoafectivas con otros hombres, no es nada nuevo, no es que esté de moda, es que existe, y esa experiencia no puede quedar descartada simplemente porque un grupo de personas con un libro en la mano (libro lleno de contradicciones, por cierto), dice que la homosexualidad es mala y debe ser condenada. Es un libro que fue escrito por hombres, ¿qué contexto tenían esos hombres y por qué propagaban un discurso de odio si predicaban amor, supuestamente? Todo autor tiene un sistema de creencias distinto, un compendio de personas que compartían los mismos prejuicios tal vez no sea la mejor referencia de lo que es una buena Ley de la vida.
Así que sí, nunca se es lo demasiado vieja como para poder sentarse a leer, conversar, obtener más conocimiento para poder entender lo que sucede y no puede negar que existe en este mundo. Hay que hacer a un lado lo que creemos, debemos hacer el ejercicio de ser objetivas y críticas de la educación que se nos dio para entonces poder responder a la pregunta: ¿Lo que creo es algo que yo crea en mi individualidad o es algo que me enseñaron a creer sin invitarme a cuestionarme?
Después de un tiempo he llegado a la conclusión de que, la peor manera de envejecer, es definitivamente, cuando no te permites seguir creciendo. La edad no es limitante, las creencias sí. Permite que tu mente navegue otras realidades, que tus oídos escuchen de otras experiencias, que tu vida sea un ejemplo de que, con la edad no somos menos capaces de entender y aprender, al contrario, es tal vez la única forma en la que podemos mantenernos con vida, alegría, agilizando nuestra mente y estimularla a través del conocimiento nuevo, con personas totalmente distintas a nosotras. Quiero asegurarme de que, la edad no me convierta en una persona incapaz de sentir, pensar, analizar, abrirme a lo que otra persona me expresa sobre sus sentimientos o lo que la vida le ha puesto en el camino. Deseo que los cumpleaños se conviertan también en una celebración de la evolución que tenemos, no solo laboralmente, físicamente, económicamente, sino nuevos conocimientos adquiridos, dudas resueltas, libros leídos, documentales vistos, museos visitados, pláticas extensas, debates enriquecedores.
Mantengamos siempre nuestra alma, corazón y mente, siempre jóvenes.