Ya es mitad del año, y el año parece haber terminado conmigo antes de poder gritar: «¡Feliz Navidad!», mientras sostengo una copa, y no miles de preocupaciones sobre el futuro. Si bien una misma reconoce sus privilegios y fortuna ante una pandemia, una también detecta su vulnerabilidad ante ella, ante algo más grande que cualquiera de nosotras/os, algo que no solo empobrece la billetera, sino que en algunos casos, ha empobrecido la salud emocional. Y de eso vengo a hablarles hoy.
Cuando todo esto comenzó recuerdo haber estado en un restaurante (ahora que lo recuerdo, fue la última vez que estuve en uno antes del virus), sentada con mi novio discutiendo sobre China y qué pasaría en las siguientes semanas; ese fin de semana sería el último que nos veríamos antes de pasar 4 meses separados; esa semana una amiga canceló su boda; esa semana un cliente no me pagó una suma de dinero que hubiera sido favorable para pasar la cuarentena; esa semana caí en cuenta que varios planes se venían abajo; y lo que parecía ser EL año, comenzó a tornarse en un sueño bastante surreal, el cual no tardaría mucho en darme cuenta que era la nueva realidad.
Lo cierto es que nadie hubiera podido contar con la preparación para poder enfrentar esto, nadie sabíamos el gigante que era un virus invisible ante los ojos, tampoco imaginábamos lo rápido que sería perderlo todo, y en otros casos, hasta la vida. Pasaron las primeras semanas, parecía algo lejano, pero conforme avanzó el tiempo, fue pasando cada vez más cerca. Yo no solía pensar en la muerte, es un tema al que permanecí renuente casi toda mi vida, y de pronto se volvió frecuente, tanto así que tuve que sentarme a considerar posibles escenarios, causándome ansiedad y una opresión en el pecho. En una noche de insomnio recuerdo haberme preguntado qué haría si algo malo sucediera, o a mí, o a mi familia, a mi pareja, a mis amistades, y qué locura me sigue pareciendo que la respuesta ante ello fue: Nada. Pasamos casi todo el tiempo controlando todo que, nos aferramos a que sea así para siempre, sin embargo, cuando nos enfrenta la muerte, ¿qué se hace? Nada.
¿Qué nos queda? Rendirnos ante la idea de que nuestra existencia es fugaz, es momentánea, que lo que somos, desaparecerá, y con nosotros todo aquello que hemos tocado. Lo digo como si fuera fácil, pero lo cierto es que esto me hace llorar, me resulta un pensamiento demasiado existencialista y, a la vez, sumamente realista. Estamos de paso, y solo podemos dejar que la vida siga su curso. Si me preguntan por la manera en la que pueden evitar estos pensamientos, mi única respuesta es que no se puede, aunque sí podemos aprender a controlarlos y que el miedo no se apropie de nuestra vida, para esto les daré una lista de consejos breve:
- No te castigues por errores del pasado.
- Cede el perdón incluso cuando no te lo pidan, eso te restará peso emocional innecesario para seguir tu camino, y pide perdón.
- Reconoce tus errores, y trabaja en cambiar lo que haces mal.
- Mantén cerca a la gente que te hace sentir en armonía.
- No le temas a los cambios. Adaptarnos nos puede enseñar cosas que no sabíamos de nosotras/os mismas/os.
- Goza la comida, goza la bebida, deja de presionarte por la apariencia, mejor aprende del equilibrio y a comer en porciones adecuadas.
- Deja que tu cuerpo sienta el aire, el sol, la brisa. No te desconectes del planeta.
- Deja ir lo que no puedes controlar.
- La productividad no tiene nada que ver con el éxito, y el éxito no te garantiza la felicidad.
Me acuerdo que algunas personas empezaron a compartir una imagen que decía que si esta cuarentena no terminabas de leer un libro, de aprender un idioma o, de tener mejores hábitos, entonces eras una persona apática; no solo creo que es irresponsable señalar a las personas así, sino que realmente no le debemos nada de eso a nadie, ni siquiera a una/o misma/o. El éxito en medio de una pandemia tiene muchas maneras de manifestarse: para algunas personas es un logro volver a respirar, para otras levantarse de la cama, para otras no perder su empleo, para otras es recuperarse, para otras es conseguir empleo, para otras es poder convivir con su familia el tiempo que no podían antes; si algo nos debe enseñar esta pandemia es que la productividad poco tiene que ver con la felicidad.
¿Qué nos hace sonreír? Hacer las cosas que nos llenan, estar con personas que nos llenan, y aunque un buen trabajo puede llenar, la vida también ha exigido que la vivas de otra forma, porque tal vez la única forma de admirarlo todo con perspectiva, era deteniéndonos. Tal vez ahora con el tiempo desbordándose en las manos, podemos construir algo que temíamos en el pasado: Un puente para hablar con la gente con la que perdimos contacto, eso nos incluye a nosotras/os mismas/os, podemos apostar por un experimento como un huerto, las manualidades, todo aquello que hicimos a un lado por estar inmersas/os en el juego de ser una mujer adulta exitosa, siempre confundiendo eso, con la plenitud, con la paz.
La productividad no es éxito, y el éxito no es felicidad. La productividad no solo es para generar dinero, es para generar lazos significativos; el éxito no se traduce a tener una empresa y generar millones al año, se traduce en lo bien que vives la vida, y aprecias su magia en las pequeñas cosas. Si la vida pudiera hablar, ¿qué crees que diría de ti? ¿supiste vivirla? Al plantearme estas preguntas me di cuenta de que, en medio de este caos, no estoy perdida, me estoy reencontrando.
Texto de Arte Jiménez
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