Hace poco tuve mi primera crisis existencial del 2020, y, conforme sentía como el vaso se iba llenando, me detuve; he estado muchas veces en esta situación, en la obscuridad preguntándome por mi futuro como si una luciérnaga fuera a alumbrar la habitación dibujando un mensaje, que tomaría como señal. Pero lo único que obtengo es la sensación abrumadora de que, ser adulto es lo que seré por siempre, y que hay muchas cosas respecto a ello que no me fascinan.
Me volví a cachar dando por sentadas ciertas cosas y personas, también queriendo explotar como mi yo adolescente, por lo que me llamé la atención diciéndome: «Ahí vas, ¿Puedes callarte y, confiar en ti?», de pronto mi mente se puso en blanco, y solo había silencio en la habitación. Claro, las crisis surgen de la duda sobre algo en nuestra vida, o nuestra persona, pero cuando te das cuenta que no tienes mucho qué hacer más que vivir el día a día, resulta liberador.
Sí, intentar, no tenemos de otra, no hay gran ciencia, no hay gran fórmula, eso es todo lo que tenemos que hacer todos los días. Yo solía pensar que había gente con todo resuelto, como las super estrellas. Pero dentro de ese mundo tenemos a Robin Williams, quien tenía depresión; tenemos a Amy Winehouse, quien tenía depresión, problema con las drogas, y una relación más que tóxica; tenemos a F. Scott Fitzgerald, uno de los mejores escritores del mundo, cuya literatura no despegó, hasta que se murió, y murió por su alcoholismo. Tres personalidades complemente diferentes, en escenarios distintos, pero que en sí nunca dejaron de intentar.
Los seres humanos somos expertos en cuestionarnos todo, y cuando nos cuestionamos a nosotros (as) mismos (as), suele tener como consecuencia el sentir que el camino que pisamos no es el correcto, o que tal vez no somos suficientes, y aunque eso es normal, hay que saber separar las cosas. Sí, te sientes mal, pero ¡Hey! Mientras estés respirando, no vas tarde hacia el destino deseado. Y creo que así será mi modus vivendi.
Si lo pienso con más detenimiento me encuentro con que en realidad amo las cosas más insignificantes y, que son gratuitas. Me encanta descubrir música nueva y hacer playlists; me encanta la sensación de ponerme la pijama y quitarme el brassier; realmente disfruto salir a caminar para poder platicar conmigo misma; me gusta poder platicar con mi mamá y saber que por ahora tengo sus consejos; me siento feliz cuando sé que mi abuelo vendrá a casa; me gusta tomarme una rica cerveza o una copa de vino; me fascina oler los libros, y tomar uno nuevo; también amo la comida.
Justo así es como me calmo, pensando en lo que está bien en vez de enfocarme y regalarle mi energía a lo que no. Prefiero levantarme con la idea de que tengo 12 horas para hacer algo por y para mí, que aunque tengo trabajo u ocupaciones, es algo que amo, y que por defecto las cosas saldrán bien si dejo de ser yo misma esa piedra con la que tropiezo cuando doy un paso hacia adelante, teniendo crisis con preguntas de las cuales desconozco su respuesta, y es gracioso porque he encontrado consuelo en responder todo con un: «No está en tus manos, déjalo ir», sabiendo que si respiro, es porque aún tengo tiempo para seguir.
Así que me reclamo menos, calmo mis palabras hirientes, y pongo orden en mi corazón que, con la misma pasión que ama, puede deshacerme. Quiero intentar, quiero hacerlo realmente, que la gente diga «se ha caído, pero se ha levantado», que yo misma pueda ser una referencia para cuando esté en búsqueda de inspiración. Con intentar viene una gran responsabilidad como asumir que no todo va a salir de acuerdo a mi plan, y que no importa lo que suceda, no hay errores, hay aprendizajes.
Texto de Arte Jiménez
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