No era amor, era violencia

Existe un rincón en nuestra cabeza que tiene el afán de mantenernos a salvo de nosotros mismos; guarda aquellos secretos y recuerdos que resultan ser demasiado amargos para nosotros. No siempre se tiene acceso, en realidad la llave para acceder cuesta demasiado encontrarla y generalmente aparece cuando uno menos lo espera…

Parte importante de mi rutina es sentarme a escribir todas las noches o al menos estimular mi cerebro para tener alguna idea. Tomaba mi taza de té en espera de algo lúcido; yo desde tiempo antes ya había hablado conmigo misma acerca de mis cicatrices, y no recordaba haberme lastimado de manera tan severa como para tener una cicatriz tan grande como la que atraviesa mi pecho. No recordaba, ¿Qué me había roto tanto? De pronto me quedé mirando hacia el piso, sentí frío, y el recuerdo se desbloqueó y se proyectó en mi cabeza como si hubiera sucedido ayer; cometí el error de llamar amor, a lo que en realidad es violencia.

Estaba cursando mi último año de preparatoria cuando al fin, aquel poco hombre, me endulzó los oídos y accedí a ser su novia. Como todo, el principio siempre es maravilloso: mariposas en el estómago, primera cita, primer beso, primer mes, todo era miel y algodón de azúcar, no podía pedir más. Pero bien dicen que para realmente saber cómo es una persona es importante prestar atención a pequeños detalles como ver el trato que un hombre le da a su madre y su comportamiento dentro de su casa; estaba claro desde el principio que él tenía un lado machista que tarde o temprano terminaría brotando, era su naturaleza, su papá dejó a su mamá por la secretaría, su mamá lo veía como su “hijito querido” y lo cuidaba con las garras, dudo muchísimo que hasta la fecha sepa colaborar en su casa con deberes domésticos, porque bueno, eso es para la señora de limpieza o su mamá.

Un día leí mensajes suyos con otra niña, por lo que decidí enfrentarlo, me tomó de las muñecas y me aventó a la cama; recuerdo que se puso encima de mí y no quería dejarme ir, cuando yo claramente, quería irme. Recuerdo que me apachurró los cachetes pidiéndome que lo besara y lo perdonara. Yo le pedía que se quitara y no lo hacía, cuando al fin me soltó, tropecé y me golpeé la cadera, él lo único que hizo fue reírse. Sí, el recuerdo me golpeó como un tren a toda velocidad, porque al fin estaba entendiendo muchas cosas. Me gustaría decir que solo fue aquella vez, pero no.

Después de un tiempo decidí terminar la relación, porque además de haber sido mentiroso y haberme engañado más de una vez, su comportamiento cada vez me desagradaba más. No me dejaba hablarle a un amigo, si me arreglaba para salir se ponía paranoico y de inmediato quería saber en donde estaba, cuando teníamos una diferencia él siempre quería sentirse superior, y por supuesto, la manipulación de hacerme creer que sentía algo por mí cuando el verdadero premio era quitarme la virginidad. Hay personas que hacen todo con tal de lograr su cometido, son capaces de decir “te amo” para hacerte sentir especial y poder obtener lo que quieren. Yo me sentía inmune a las malas experiencias, porque de algún modo él logró moldearme a tal grado que, a pesar de que mis padres no aprobaran la relación, yo movía cielo, mar y tierra por él. Mi autoestima le pertenecía y en una sentada la lanzó por la ventana.

Después de un mes de haber terminado, un niño decidió invitarme a salir, y por supuesto él se enteró, por lo que no pudo evitar volver con su toxicidad para decirme que era una “zorra”, que yo no valía la pena, que era cualquiera. Lo que sucede con estas personas es que son como enredaderas y se apoderan de cada uno de tus movimientos, te sientes sin escapatoria, son entre eso que te priva de volver a ser feliz, pero vuelves a ellos por falta de autoestima. Yo me miraba al espejo y me desconocía, me odiaba, me dolía.

Por desgracia estábamos en la misma escuela así que, tarde o temprano terminábamos coincidiendo en algún pasillo. Era incómodo. Hablaba con sus amigos de mí como si se hubiera tratado de ganar un trofeo, como si nunca hubiera tenido un significado, peor aún: recibía mensajes anónimos llamándome “Puta”, pero al final su mirada terminaba delatándolo como el agresor. En alguna ocasión discutimos y llamó a mi hermano “gay”, porque en su mente retrógada eso es un insulto, independientemente de eso yo sé que estás leyendo esto así que quiero que sepas que si mi hermano fuera gay no tendría nada de malo, se requiere valor decir al mundo quien eres, y tú nunca tendrás el valor de decir la verdadera escoria que eres, machito.

Otro día me dijo que jamás lograría hacer nada con mi carrera, que no tenía talento y que no era lo suficientemente buena. Cuando palabras así vienen de alguien que quieres, genera un impacto realmente fuerte… Lo más gracioso de todo es que no me rompió, esas palabras que eran piedras las usé para construir un futuro lejano de personas que quisieran volver a destruirme. Me di cuenta tal vez muy tarde, pero justo a tiempo que todo es cuestión de autoestima; nadie puede destruirte mientras tú no le des el poder de hacerlo.

No hace mucho recibí un mensaje suyo diciendo: “Te amo, nunca lo dejé de hacer”, y me reí mucho, porque seguramente piensa que sigo siendo la misma de 18 años que no tenía ni la menor idea de quien era, ni a donde iba. Hoy en día lo tengo muy claro, voy hacia la dirección contraria: voy en contra de todos aquellos que piensan que tienen derecho de apagar la luz de los demás.

Ahora lo sé… El amor no es que alguien te diga “eres mía”, sino que te trate como un ser humano libre de decidir a donde ir, con quien juntarte, y qué hacer. Amor no es hacer mierda a una persona, es hacerle ver que a pesar de todo lo malo, siempre se puede salir adelante. Amor no es posesión, amor es dejar que la persona crezca en la dirección que más le convenga. Amor no son los apretones del brazo o muñeca, es caminar juntos viendo hacia la misma dirección. Amor no es escuchar palabras altisonantes, es demostrar con acciones, que se está presente y dispuesto a enfrentar lo que venga.

Texto por Arte Jiménez

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Mujereologia

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