Pensamientos en la ducha: Todo era más sencillo cuando tenía 15 y escuchaba a los Jonas Brothers

La verdad sobre ser adulto es abrumadora. Nadie nació con un manual el que nos enseñara a sobrevivir las crisis que experimentamos al convertirnos en adultos. Todavía recuerdo como si fuera ayer a mi yo de 15 años diciendo “Ya quiero ser grande”, porque en mi mente el ser grande significaba independencia y autorrealización; de lo que nadie me habló en ese momento ni en ningún otro, es de lo realmente duro que es crecer para encontrarnos con que nada es tan fácil ni fascinante como parece.

El ser adulto no solo implica elegir una carrera que te haga feliz, sino hacer algo que te deje dinero y no te haga quejarte por tener que estar en una oficina encerrado 8 horas (a veces más.) Decisión compleja que unos adolescentes de 18 muchas veces deben tomar con la esperanza de que el futuro les tenga un plan maestro y triunfen en un mundo con sobrepoblación.

Créanme, cuando repasaba en mi cabeza mi plan estratégico para alcanzar mis objetivos, todo era mucho más sencillo, tan sencillo como cuando te decían que el ciclo de la vida era: nacer, crecer, reproducirse, morir, pero nadie te habla de la serie de crisis emocionales, económicas, existenciales, y laborales que vas a enfrentar. Es como el Kínder sorpresa, nunca sabes qué chacharita te va a tocar.

Y es por eso que necesito escribir sobre esto con una cerveza en mano, para poder calmar mis pensamientos, y no tener por milésima vez la misma crisis al sentarme y decir: “No soy suficiente.”

Creo que lo que más me conflictúa de la vida misma es lo versátil que es, como un día estás bien y al otro no, o al revés; como hace un año llamabas a alguien tu amigo y ahora existe una ausencia cuando te sientes mal; como solías tener expectativas altas cuando te veías al espejo y de pronto, todo se viene abajo; como terminamos en lugares que nunca imaginamos, y como perfectos extraños se convierten en los perfectos acompañantes. A mí me pasa que mi Kinder sorpresa de la vida tenía para mí una serie de conflictos y adversidades que por instantes creo que no podré manejar.

Acto siguiente: calmo mis nervios repitiéndome a mí misma que todo en esta vida pasa, que todo cambia, que todo debe mejorar, que, aunque extraño las tardes de Lizzie Mcguire y responsabilidades nulas, hoy que he tenido que crecer con la separación y reencuentro de los Jonas Brothers y la responsabilidad de ser un adulto; tal vez sufro más la montaña rusa por mi sensibilidad y eso también es válido.

No estar bien, también está bien. Hay días en que nuestro mayor logro es levantarnos de la cama; que la fuerza alcanza para darnos un baño y eso es lo único que podemos realizar. Hay días que lo más bonito que nos puede suceder es no llorar antes de dormir porque el sueño nos alcanzó. Hay días así de malos, hay momentos así de críticos, que al final solo existen para fortalecernos y reavivar nuestra fe. Sentirse nostálgico por todo aquello que fuimos; llorarles un poco a los sueños perdidos versus la realidad; perdernos en el eterno cuestionamiento de si las decisiones que tomamos están bien; sentir que no somos suficientes por el miedo a no ser lo que los demás esperan; todo es válido.

No, definitivamente no estoy ni a la mitad del camino que tengo por recorrer para ser la persona que anhelo; en realidad creo que estoy lejana de serlo, y aunque eso me ha mantenido decaída las últimas horas, siento la necesidad de intentarlo una y otra vez. Quizá ser adulto no es el cuento que nos inventamos de chicos, tal vez sea mucho más sanguinario, pero, ¿De verdad es tan malo cómo parece?

Texto de Arte Jiménez

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