Les escribo a ustedes dos, pequeños seres de cuatro patas que han venido a convertir mi mundo en uno mejor.
A los que me han enseñado día con día que una mirada lo dice todo, y que es capaz de reparar un corazón roto, alegrar una profunda tristeza, o acompañar un momento de intensa soledad.
Que no hay mejor premio que pasar tiempo con aquellos que amamos y que una caminata por el parque es perfecta para despejar la mente.
Que el sillón siempre es mejor si se comparte con los amigos y que siempre hay espacio para uno más.
Que debemos de recibir a las visitas con enormes sonrisas y besos cariñoso, y hacerles fiesta por el simple hecho de que se hayan tomado un tiempo para compartirlo con nosotros.
Que los enojos duran tan sólo un par de segundos, y que después todo vuelve a ser juegos y emocionantes gritos de nuevo.
Que debemos de perdonar fácil, olvidar rápido y jamás guardar rencor o dejar que el orgullo dañe nuestras relaciones.
Que la vida se reduce a esperar a que tus seres queridos lleguen a casa después de un largo día de trabajo, y que ahí estés tú, con un simpático salto de felicidad para recibirlos, porque el hecho de que hayan llegado es lo más importante.
Que las migajas que caen de la mesa son un verdadero festín y que vale la pena esperar pacientemente cada una de ellas.
Que el calor y el entendimiento que generan dos cuerpos pegados es más poderoso que cualquier medicina.
Que siempre hay que dar lo mejor de nosotros mismos sin esperar nada a cambio y que son en verdad los pequeños detalles de la vida los que valen oro.
Y por último, que nada es para siempre. Que los ciclos tienen un comienzo y un final, pero que el amor sigue siendo infinito.
Les agradezco por regalarme su vida y por hacerme el centro de su universo. Los amaré por siempre.
Colaboración por: Andrea Jaime